Maria Alexandrovna y los zafiros más fabulosos del planeta

Fue gran duquesa de Coburgo y madre de la Reina María de Rumanía

Maria Alexandrovna y los zafiros más fabulosos del planeta

Era una : una gran duquesa rusa criada en el esplendor de un Imperio.



La única hija del zar Alejandro II.



Su matrimonio con el duque de Edimburgo –segundo de los varones de la todopoderosa Victoria de Inglaterra- la llevó a la corte de Buckingham, en la que nunca se integró.



Sus cuñadas envidiaban sus magníficas tiaras kokoshnik y sus collares de perlas.



La colección de zafiros que aportó en la dote era la más extraordinaria jamás vista.



. Zinaida Yusupova: la Princesa más rica y guapa del Imperio Ruso .La boda se celebró en el Palacio de Invierno en 1874 y entre los obsequios que recibió la novia de su padre, el zar, se encontraba una tiara fringe de estilo ruso –en barras de brillantes- con forma de espiga- que causó sensación.



Fue un enlace que respondió a los intereses dinásticos, aunque la pareja aprendió a tratarse con afecto.



Tuvieron un hijo, rebelde y díscolo -Alffie- y cuatro chicas, Missy, Ducky, Sandra y Bee (en familia siempre usaban apodos), guapas y de fuerte carácter, que entroncarían con grandes dinastías y protagonizarían algún escándalo sentimental.



. Princesa Irina Alexandrovna: la esposa de Félix Yusúpov, el asesino de Rasputín .Al poco de llegar a Inglaterra, fijaron su residencia en Eastwell, a unas millas de la capital, en el condado de York.



Dos años después Alfredo, Almirante de la Marina Imperial, fue destinado a la isla de Malta, sede de la flota del Mediterráneo y enclave estratégico en las complejas rivalidades coloniales de la época.



La familia vivó en Malta, en el palacio de San Antón, entre 1886 y 1889.



.Pero Alfredo sabía que un día heredaría el ducado de Sajonia-Coburgo, en Alemania.



Su tío, el gran duque Ernesto –hermano del difunto príncipe Alberto- había fallecido sin heredero y en 1893 llegó la hora de asumir la soberanía de este territorio.



Los nuevos grandes duques, Alfredo y María, se establecieron en el castillo de Rosenau y vivieron unos años tranquilos en los que ejercieron una interesante labor diplomática en el contexto de lo que se han llamado los “sistemas bismarckianos”.



Pero ni Alfredo ni María asumieron la muerte, en trágicas circunstancias, de su hijo varón: dicen que se suicidó por un amor no correspondido, aunque la prensa de la época lo camufló como ataque cerebral.



.El padre se sintió responsable del fatal suceso –le habían educado de manera estricta- y falleció apenas unos meses después como consecuencia de un cáncer de garganta.



Desde lo de su hijo, Alfredo, había llevado una vida disoluta que lo distanció de María.



Ella, aunque educada en la iglesia ortodoxa, trató de abrazar el luteranismo de su nuevo reino y desde la fe, refugiarse de la desgracia.Convertida en gran duquesa-viuda, María dejó su residencia oficial y se instaló en un palacete cercano, en Tegernsee.



Tenía todavía una gran fortuna, con activos en el Imperio Ruso, donde gobernaba su sobrino Nicolás II.



Pero el estallido de la Revolución Bolchevique hizo que perdiese todo su capital.



“Estoy ansiosa por mamá” –escribe una de sus hijas- “no tiene un solo penique para poder vivir, todo estaba en Rusia o en valores rusos”.



Además, su hermano menor, el gran duque Pablo, moría asesinado por los bolcheviques.



.Apenas le quedaron las joyas, sus magníficas tiaras y collares, que le sirvieron para hacer frente a la pérdida de la asignación real que recibía como consecuencia de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y la instauración de la República de Weimar.



“Ha tirado sencillamente sus mejores alhajas (vendido) y ahora está tan avergonzada que me pide no hable de ello”, dijo su hija Beatriz.



Malvendió muchas, entre ellas a María de Teck, la esposa de su sobrino Jorge V de Reino Unido.



Algunas de las magníficas diademas que hoy lucen en Buckingham vienen de la extinta fortuna de las Romanov.María falleció en Zurich el 24 de octubre de 1920.



Tenía sesenta y siete años.



A su primogénita, Missy, que se había convertido en reina de Rumania, se le prohibió acudir a los funerales por haber defendido diferentes posiciones durante la guerra.





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